LA CIUDAD FANTASTICA Los Reyes Magos se quedaron muy sorprendidos cuando leyeron todas las cartitas que les llegaban, eran todas igualitas, todas pedían una sola cosa. Hacían también las promesas más inverosímiles: querían ir a la Ciudad Fantástica. Claro que solamente podían ir niños llenos de fantasía, que quisieran mucho a Papa Noel, a los Reyes Magos, al Ratoncito Pérez, que de vez en cuando se encontraran a los Gnomos en los bosques o se hubieran encontrado algún árbol mágico en su vida, o visto un Hada aunque no estuvieran seguros si era un Hada o no. Los papás de vez en cuando dejaban que sus hijitos fueran a la preciosa Ciudad, sobre todo si ellos fueron en su niñez allí. Al llegar al aeropuerto, tenían que pasar por un detector de niñez, cuando se colaba un no-niño, el arco hacía piiip-piiip-piiip y volvía a su casa en una burbuja de tiempo, sin ningún problema ni tristeza, con los ojitos cerrados veía una película de su estadía anterior en la Ciudad y si nunca había estado, el detector de niños le regalaba imagenes de película de la Ciudad que lo llenaran de felicidad. Al no hacer piiip, tenían que mojar sus manitos en dos fuentes con agua, la derecha era para saber la inteligencia y la izquierda para saber los sentimientos del niño, una vez grabadas en las aguas, quedaba en la memoria para todo lo que hicieran en la Ciudad, entonces podía nadar por primera vez, no era una piscina profunda ni muy larga, lo suficiente para que el nadador dejara los enfados, las tristezas, las angustias, rabietas, y todas esas cosas que tanto daño hacen. Salían sonrientes y satisfechos. |
El comité de bienvenida no podía ser menos que los osos, todos ellos estaban ahí: los osos panda, los osos pardos, los osos polares, los osos hormigueros; para abrazarlos, dejarse agarrar por las orejitas, para que se recostaran en sus panzas gordotas y jugar el rato que quisieran con ellos. Como la Ciudad tenía varios niveles, se organizaban grupos para que no se llenaban todos los mismos lugares. Unos empezaron a dar un recorrido en elefante por el nivel bajo, para ver las cosas que después podrían hacer, los elefantes estaban esperándolos sentados en fila india y, con ayuda de una escalera, subían tres en cada uno. El guía era ni más ni menos que un precioso loro, cada guía-loro era de distintos colores, y les contaba todas las cosas que habían. |
Un grupo de niños optó por ir a la playa, allí se encontraron con unos cuantos delfines-barca dispuestos a llevarlos a dar un paseo, por cada barca de cuatro delfines podían subir solo seis niños, pasando ambas manos por las fuentes de agua y adivinando la adivinanza para ver qué tipo de viaje podían hacer. Una vez que estuvieran un poco mar adentro, empezaba un gran show de delfines saltarines y mirando hacia abajo de la barca, através de un suelo transparente, un baile de peces alegres. |
Cuando llegaban de su viaje marino, podían concursar haciendo castillos de arena, antes de empezar tenían que mojar su mano derecha para calibrar su inteligencia y al terminar la construcción, la izquierda para medir el cariño puesto, el ganador tenía como gran recompensa que su castillo se convertía en uno real durante toda su estadía en la Ciudad. Aquella frontera de la Ciudad Fantástica estaba poblada de bellísimos castillos, con todas las ilusiones de los niños hechas realidad. El dueño del castillo se convertía en Principe del Castillo de las Ventanas, o de los Picos, o de los Puentes o lo que fuera que resaltara de la ingeniosa obra arquitectónica. En el nivel mediano se encontraban los juegos con cubos que se podían usar para hacer construcciones enormes, trepar, combinar colores, formas geométricas distintas o hacer un robot con cubos de tela, y que después se mueve simplemente al escuchar la voz de su creador -- sin olvidarse de mojar las dos manos a la vez en sus respectivas fuentes--, pelotas gigantes con las que poder saltar como un canguro, redes para subir y jugar a ser el hombre araña, y tantas cosas para subir, poner, quitar, revolver, disfrazar, que no se terminaría nunca de explicar. Si subían al nivel alto, tenían que mojar a la entrada sus dos manitos, porque aquí todo funcionaba de acuerdo con la edad y la sensibilidad de los chiquitos. Una de las primeras cosas que se encontraban era una banda de payasos-músicos que cantaba y tocaba todas las canciones infantiles de siempre, y si por casualidad alguien cumplía años, se le cantaba su canción correspondiente. Los mismos músicos guiaban a los pequeños por todo este nivel, llevándolos mágicamente por todas las atracciones. El redoble de los tambores anunciaba algo excitante y sorprendente que hizo por un momento un silencio que se oía desde lejos ... |
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